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deconstruida, españoles, Gastronomía, hallacas, ingleses, portugueses, tortillas, turrones
Era muy común en Europa, durante la Edad Media, ver hordas de enfermos desdentados que poco antes de morir (entre sus 30 y 35 años, edad avanzada para la época) sufrían de gota porque sus niveles de ácido úrico en la sangre los condenaba a muy temprana edad…
Los reyes no quedaban excluidos, todo lo contrario… Sus fabulosas comidas (y con ello me refiero a las cenas de la nobleza, ya que los demás comian bastante mal) se basaban en muchísimos platos consecutivos de carne: res, cabrito, liebre, faisán, perdiz… El refrán popular español dice: “la perdiz, con el dedo en la nariz” porque luego de cazadas, las aves se dejaban colgando por la cabeza (patos, gansos y faisanes especialmente) y, narran los libros de la época, que «estaban buenas para ser consumidas» cuando el cuerpo del animal se caía por su propio peso desprendiéndose de la cabeza a los 2 o tres días… (¡claro!, ya había iniciado su proceso de descomposición). En ese momento era preparada y acompañaban todas estas aves de caza con coles de bruselas, repollo, acelgas y alguna que otra «hierbita»…
¡Podrán imaginar!, no era difícil que los adinerados dejaran de lado todas las hierbitas (cuyo consumo les habría ayudado a no aumentar desmesuradamente los niveles de ácido úrico) y se comieran sólo al animal… No era de extrañarse pues, que antes de los 30 años padecieran de gota.
Al famoso rey de Inglaterra, Enrique VIII, le vendaban las piernas desde las rodillas hasta los pies porque las úlceras de la piel supuraban (aunque este hecho no se sabe a ciencia cierta por cual de sus múltiples enfermedades crónicas era producido) y porque le costaba muchísimo caminar desde sus 28 años. No era de extrañar que la gente que tuvo la oportunidad de visitarlo dijera que al entrar a la sala del trono, la hediondez fuera de proporciones épicas… A sus “veintipico” de años, la gente estaba, prácticamente, muerta en vida…
Los turrones son reconocidos como algo SUPERESPAÑOL… El exquisito turrón de Xixona o de Alicante no son más que los primeros dulces que “inventan” en esas ciudades andaluzas, hoy en día españolas, del mismo nombre, pero que… UN DETALLAZO… eran parte del IMPERIO ÁRABE, específicamente del Califato de Córdoba.
¿Son los turrones un invento español?
Principales ingredientes del turrón: almendras, clara de huevo y miel. ¿No suenan estos “dulces” más parecidos a los baklava o a cualquiera de los exquisitos dulces de la repostería árabe (la repostería más fina que se haya conocido en este planeta) que a cualquier ejemplar de la repostería europea? ¿No son famosísimos los chocolateros belgas, seguidos por una legión de chocolateros europeos que ni siquiera mencionan que el mejor cacao es el de Chuao y que sin él (sin nuestro chocolate venezolano) sus bombones no serían lo que son? ¿Alguien puede imaginar qué habría sido de los bombones si algún fascista hubiese condenado el uso que se le empezó a dar en Europa al chocolate, mezclándolo con azúcar? Porque antes de eso, los aztecas lo utilizaban para preparar salsas en platos salados, como medicamento y como afrodisíaco, pero caramba, caramba, ¡no hacían bombones!
Lo que NO DEBEMOS PERDER DE VISTA… ¡NUNCA!, es que aunque el origen de la pasta sea chino, fueron los italianos los que le dieron esa variedad de formas montando un concierto de cualquier cosa «inis” y las empezaron a preparar como nunca lo habían hecho los chinos. Deconstruyendo los nuddles originales y transformándolos en macarrones, espaguetis en todos los grosores, plumitas, tornillos, mariposas, láminas, tubos, las rellenaban y las torcían, las coloreaban y las saborizaban.
Fue a los Españoles a quienes se les ocurrió mezclar las papas con el huevo y la cebolla para hacer tortillas, fue a los venezolanos que se les ocurrió poner juntos tantos ingredientes, incluyendo aceitunas (nada criollas por cierto), y envolverlos en una hoja de plátano para cocerla y comerla luego… Aunque muchos de los ingredientes de la hallaca NO SEAN VENEZOLANOS, no podemos negar que hay pocas cosas más venezolanas que una hallaca… Los cachitos de jamón, criollísimos… Son un producto de los portugueses panaderos caraqueños en un intento por hacer una versión económica y popular del pan de jamón (que por cierto, también contiene las muy “castizas” aceitunas, ¡cuánto venezolano nace y muere sin haber visto en su vida un olivo!)…
Y ahora me pregunto: ¿QUÉ IMPORTA QUE A ALGUIEN SE LE OCURRA HACER UNA VERSIÓN DECONSTRUÍDA DE ALGÚN PLATO? Se supone que si vas a una tasca en el casco central de Segovia no será para pedir un “cochinillo a la segoviana deconstruído”, tampoco se me ocurriría llegar a una arepera a pedir una “cachapa con queso guayanés deconstruida” o decir: «-Por favor, deme una deconstruída de maíz con chorizo carupanero»… Tampoco creo que exista algún iluso e ingenuo chef que pretenda “pasar a la posteridad” creando algún plato… La verdad que no conozco a nadie que haya pasado a la posteridad por un invento gastronómico. Dentro de un par de años nadie sabrá quién rayos era Ferrán Adrià (salvo aquellos que estudien meticulosamente la historia de la gastronomía), aunque sólo se consuman tortillas deconstruídas. No he visto aún, en ninguna parte del mundo, la plaza al inventor del huevo frito… ¡y mira que no hay nadie que merezca más una plaza que ese personaje! UNA PLAZA CON UNA ESTATUA ECUESTRE, POR LO MENOS…
¿Y por qué no me disgusta, para nada, la “recreación” de los distintos platos de la gastronomía, sean de donde sean? Y me refiero a la palabra recreación en sus posibles significados (parafraseando a mi amigo Henry): “re-creación” en el sentido de volver a crear y “recreación” como sustantivo sinónimo de diversión (como él hacía con la palabra pretexto). Porque ese es el único modo de evolucionar que conozco y, porque definitivamente, si no me gusta una “reina pepiada deconstruída”, ¡qué caray!, siempre tendré la posibilidad de ir a una arepera y comerme una igualita, pero NO DECONSTRUÍDA…
Para mi, en la cocina, ¡a inventar se ha dicho! Sin restricciones… Y que VIVA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN (especialmente la libertad de expresión gastronómica).